19.6.09

A Wolf At The Door vs. The Tourist.


Yo sé que fui yo quien se lo dijo, así tan claro como pude, una y otra vez: put me inside, put me inside…… Mis deseos jamás son órdenes, pero me veo complacida de vez en cuando. Put me inside cariño, que hace frío y esta loba jamás aprendió a caminar en tacones… Put me inside que me pongo melancólica y azul detrás de esta puerta. Pero él solo es un turista en aquella casa y no sabe donde guardan las armas, no sabe donde está el hacha ni el café, no sabe que hacer conmigo y es que jamás había tenido un lobo detrás de su puerta. Put me inside y le muestro mis uñas y mis colmillos y le digo: jamás podría usarlas contigo cariño, no es mi estilo. Pero él no me conoce y se cree más astuto que yo (y seguramente lo es), abre la puerta y se ve enorme, parece un cazador de cuentito y me dice que no intente estupideces, que aquí las cosas son como él dice, y yo sonrío y es que se ve tan sexy intentando intimidarme mientras solo está con una bata y calzoncillos. Finge ser el dueño del bunker, finge conocer todo a la perfección, finge sentirse cómodo, finge tanto que yo se lo creo absolutamente todo. No soy una loba desconfiada a pesar que mi madre intentó advertirme leyéndome una y otra vez el cuento de caperucita. No le tengo miedo a cazadores ni a abuelitas. Pero este no es ni lo uno ni lo otro, es un turista. Un turista que está en casa pero se siente lejos de ella. Y le jode de sobremanera no saber donde se encuentra, le jode no saber cual es el siguiente lugar a visitar, le jode no saber a quien tiene al frente aunque le he dicho que me llamo Juliana. Pero él finge y me dice que me ponga cómoda. Me quito los tacones, me acuesto en la alfombra, prendo mi cigarrillo imaginario y le cuento historias bonitas, le hablo de mis enfermedades, le digo un secreto impronunciable. Me disfrazo de pastelera, me desperezo, me acerco, lo olfateo, me deslizo, me confundo, me siento de nuevo en el sillón casi desnuda pero ahora huelo a menta. Por su parte, el turista se siente más tranquilo, saca el whisky, se toma uno, dos, tres vasos, siempre puro y sin ningún hielo. Se siente más eufórico y cree que puede llamarme como quiera. Y no, que no me gusta que lo haga. Curioso, a esta pinche loba la menta la vuelve susceptible, pero el turista no entiende eso. Se levanta y jura irrisoriamente conocer a las de mi especie y vuelve a llamarme una y otra vez de mil maneras. Ni soy Lucia, ni Esperanza, ni nada que se le parezca. El turista se siente traicionado, indignado que no pueda ser lo que él quiere que sea, que no quiera jugar ahora que me han puesto reglas y es que tal vez soy una maldita de esas que no saben lo que quieren pero tampoco quiere que se lo digan. Busca y busca, quiere su escopeta, algún cuchillo, cualquier elemento filoso y de pronto su rostro no es el mismo, se ve mas envejecido, mas morado, un mosquetero caricaturesco y yo no sé si es el jet lag, la altura, algún síndrome que no conozco o soy yo que he enloquecido y comienzo a desvariar. El bunker se hace mas y mas pequeño, y todo comienza a abandonarnos, excepto el olor a menta y whisky que sigue ahí…… y yo, que me niego a irme esperando no se qué, la verdad. El turista se me acerca y me llama en voz baja Diana, o Fulanita, o cualquiera, me dice que es una lástima que no encontró su escopeta, porque la historia sería distinta entonces, tiene una maleta en su mano, finalmente no será mas un turista, se va, regresa (no se a donde). Y mejor eso a terminar la historia como terminan las historias que no saben acabarse, con todos los personajes muertos, y uno que otro por ahí medio vivo sin que nadie sepa (excepto los espectadores) para poder hacer la segunda parte.

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