1.9.09

Fingiendo con Pascal.

Finjamos que Pascal llega a su casa y no hay nadie. Finjamos que piensa en mil cosas antes de sentarse a escribir. En cortarse las uñas, en comerse un acordeón con leche, en leer su horóscopo viejo y fatídico del domingo, en seguir con su lectura de Música para Camaleones. Pero ahí, en su cabeza están ciertas palabras y Pascal no sabe que hacer con ellas. Obvio que prefiere leer las de Truman que repetir una y otra vez ese desagradable discurso. Se sienta frente a esa hoja en blanco, se siente intimidada, no sabe por donde empezar o si quiere hacerlo y es que lo de ella son los pasteles, las galletitas, no las declaraciones ni las cartas ni el querido diario. Así que intenta hacerlo más fácil, va directo a Pink Floyd, a The Wall, exactamente a Confortably Numb. Melancolía que llama melancolía, tristeza que hostiga tristeza. Bah. Que no quiere. Entonces cambia Floyd por Pixies. The wall por Trompe Le Monde. Y a su perturbadora Confortably Numb por su feliz Alec Eiffel. Y es que ella no necesita llorar, aunque alguien le dice casualmente que el llanto existe para clavar en él las miserias y ella sabe que es cierto, pero Pascal cree que lo que necesita es gritar o llenarse el corazón de humo o irse a Memphis o tomarse algo muy frío hasta que su cabeza se congele. Pero ¿llorar? Para eso están sus sábados acompañados de La Escafandra y la Mariposa; las frasesitas célebres y rabiosas; las despedidas.

Finjamos que Pascal toma un lápiz. Finjamos que puede decir todo sin filtrarlo por etiqueta alguna y de paso, que puede interpretar con palabras perfectamente lo que siente. Finjamos que la carta tiene un remitente, uno en particular. Finjamos que la carta dice así:

Aquel X. (Ya no importa llamarlo de otra forma, aunque esta sea la que menos me guste).

Espero que ahora que se ha ido, se sienta más tranquilo, más a salvo del síndrome del turista. Que nunca regrese a donde no quiere, y de paso, que yo no esté ahí esperándolo. Más ahora que usted sabe unas cosas y yo sé otras. Sabe comprar tranquilidad a cambio de corazones rotos, mientras tanto yo sé que he perdido algo y no se bien que es, pero esta sensación de vacío no es gratuita; sabe más de cómo deshacerse de las molestias y yo sé ahora que las personas tienen las uñas menos largas que los lobos pero que saben usarlas mejor.

Espero también que el desprecio le de el tiempo suficiente para extrañar. Como yo también espero que extrañarlo me de el tiempo suficiente para aprender como usted, a despreciar aquello que no se entiende, que va en contra de la tranquilidad, sin posibilidad alguna de existencia en este mundo lógico. Y tal vez espere un agradecimiento por eso, tal vez es una buena enseñanza, pero hoy no voy a agradecerle nada, tal vez mañana, quien sabe.

Y es que a las malas como le gusta a usted, hasta yo puedo desaparecer todo completamente. Cerrar los ojos y ahogar a las arañas, a todas, una por una, sin despedida, sin razón, sin cuento de buenas noches. A las malas cualquiera es inexistente (buen pajazo mental ese), o se convierte en fantasma o se aferra inútilmente a cualquier frágil palo. A las malas, cualquier cosa es posible, y si este ha de ser nuestro método pues he de confiar en él. Por eso ya van 5 arañas muertitas y con eso se han ido un par de conversaciones, tres cafés y por lo menos, una noche, escoja usted cual prefiere y después de eso, sonría, su método funciona casi a la perfección.

Sin beso. Sin abrazo. Sin comedia y solo con una rayita de drama.

Pascal.

Pda: Lo curioso de todo es, que ahora que aprendí a preparar las fresas con pimienta negra y vino, solo usted se me ocurre para preparárselas.

Finjamos que la carta es enviada y que no es guardada en un cajón con las otras. Y es que Pascal no le tiene fe a las palabras, ni a crear conversaciones, ni monólogos, ni siquiera confía de las frases sueltas con Aquel X. Ya no.

Finjamos que Pascal no se enamoró. Finjamos que tampoco mintió ni que tampoco dijo verdad alguna. Que es un mal término medio. Y que mientras escribía la carta, se quemaron todas las galletitas y su cuarto se llenó de humo y la vez su corazón y ya no lloró. No, no lo hizo. Al menos, eso finge. Al menos, eso decimos.

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