Y las historias que como empezaron, terminaron. Cualquier buen día aparece alguien de la
nada, porque si, porque no tiene nada mejor que hacer que escribirte un poco, y
al poco tiempo crees quererlo, crees que esa persona puede ser “alguien” en tu
vida, que se cruzó en el camino por “algo”. Otro buen día te das cuenta del tiempo que ha
transcurrido en silencio, después de tantas palabra, tanto empeño, y de repente ya no cabes en su vida (nunca hubo
un espacio real de hecho), te duele dos días, te ofendes tres y luego sigues
casi como si nada. Lo asombroso es como
se sobrevaloran ciertas cosas en la vida en pro de un imaginario que quiere ser
“perfecto”.
Hay otras historias que no ves venir, que han empezado sin
ni siquiera darnos cuenta de lo que va sucediendo. El día menos pensado, uno ya está involucrado
en ella y ya es demasiado tarde para salir de ahí (no estoy segura si hay un
verdadero deseo de salir o no).
Están las intermitentes.
Parecen fragmentos pero están unidas por un hilo que nadie puede ver (se
supone que nadie debe verlo, ya sea porque es una historia vetada, porque es
incomprendida, porque no le pertenece sino a los directamente involucrados). Estas historias pueden quedarse mudas durante
días, meses o años, mientras otras se escriben.
Tienen su propio ritmo, a veces lento y sin afanes y a veces estrepitoso
y fulminante. Son historias relegadas y caprichosas, pero
definitivamente fuertes, con pequeños finales pero sin ninguno definitivo.
Hay otras que mutan. Las
historias que ya fueron, que ya creemos haber leído y terminado; que quisimos
que fueran borradas, y después nos encontramos con ansías de reescribirlas. Que su contenido cambia cada vez que nos
sentimos más ajenas a ellas y por tanto, las contamos a nuestro antojo,
como ese” yo” que se siente tercera
persona y por la cual ya no lloraremos más.
(¿continuará?)
*Imagen de Elmo Tide.
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