10.9.08

the future

Hace tres meses alguien le dijo a la hija de Nimrod que su precipitada ceguera se debía quizás a no querer ver lo que la vida le mostraba: los signos, las señales, los símbolos. Era tan obvio. Todos los sabíamos, sin ser brujos, sin que nos hablaran los cristales, sin ser bioenergéticos. Apuesto mi mano derecha, a que ella también lo sabía pero nos confundía con su ceguera inconsciente y un discurso de porque se quedaba ahí aguantando contra la corriente. Su discurso, aunque carecía de razón y coherencia, tenía algo en él que terminaba convenciendo (aún como una mala idea). Tal vez era su tono de voz, entre abatido y sincero. Tal vez era su mirada perdida que ignoraba la corriente y solo podía entenderse con el horizonte lejano (que puedo estar seguro que era otro al que todos veíamos de este lado del río). El domingo, la hija de Nimrod (hija no convencida de tigre) regresó a la orilla. Su expresión alejó a todos los curiosos de preguntarle porque finalmente se había rendido. Sus ojos estaban cansados de llorar, y había en ellos una dignidad jamás vista. Decían las malas lenguas, que era odio, pero no, era solo el efecto de una larga espera y de mordiscos bajos de pirañas y peces rojos. Olía a tristeza, pero no se veía demacrada. La hija de Nimrod tenía la palabra derrota escrita en sus uñas sucias. Y su corazón estaba negro y con hipotermia. Y sin embargo se veía hermosa en su fracaso.

En su ceguera, la hija de Nimrod, vio como sus mundos imaginarios flotaban si la corriente era indulgente, pero también se hundían cuando el río quería demostrar su naturaleza. No tenía tantas manos para salvarlos a todos y después perdió también la voluntad y entendió el absurdo de luchar en las guerras perdidas. De quedarse ahí en el medio. Ella no está salvando nada, solo está sosteniendo mentiras. El entendimiento llega tarde, pero llega de maneras extrañas. Es una premonición, es Nora y su diálogo con su esposo en Casa de Muñecas, es el diablo que ha sentido simpatía por ella y le ha revelado en su ceguera el principio del fin.

El principio del fin son los caracoles de Laloux, es el gato azul pardo matándose a si mismo y proclamándose bufón, es eliminar las distancias y aun así saber que no quieres caminar por ese camino, es marcharse sin necesidad de hablar, es abandonar los barcos de guerra y quitarse la corona de espinas, es despedirse en un escenario y espantar a tu última esperanza.


2 comentarios:

EL ARTE DE SANAR dijo...

Aquí se saborea una excelente página, en donde el arte de escibrir, se descubre en tu magistral pluma, te declaro escritora de mí afecto...

la falsa alicia dijo...

gracias. la tristeza tiene su efecto en la creación.