27.3.08

Strange Day No. 14 por Bela Lugosi

Quememos al loco porque su locura no cabe en nuestro mundo de clarividencia y lucidez. Que sus historias ni siquiera sean dichas en voz baja, ni con susurros casi inentendibles, no se puede correr el riesgo que algo pueda ser escuchado incluso por oídos sordos. Hablemos de la naturaleza humana y pongámosla en blanco y negro. Más en blanco que en negro. Quememos al loco con fósforos El rey. Uno tras otro, apagado cada 10 segundos, pero perpetuado en el pisito de paja. Pobre loco, debió haber nacido de cera con olor a mandarina. Pero no de carne y hueso. El olor a pelo chamuscado nos desagrada. Pobre loco, quemándose mientras todos se tapan la nariz. Ni siquiera sonríe, ni siquiera llora. Así de loco debe estar. El humo de su carne chamuscada es la nueva polución de la que nadie quiere hablar. Es una contaminación que se deshace ante los ojos de todos, mientras todos la atraviesan mirando dizque el horizonte. Pero seamos claro, se veía venir. Esto de darse el lujo de tener un loquito en el pueblo que venga con sus disparates a confundirnos, es un precio demasiado alto que nadie está interesado en pagar. Debo admitirlo, al principio, el loco nos era tan inofensivo, hasta un poco enternecedor. Pero debimos saber que el hecho que llorara por la muerte de Bela Lugosi era un mal síntoma. Que nada bueno había en eso. Había que verlo frente a la pantalla del bar, doliéndose por Bela y su vejez no premiada. Solo sobre el trono rojo rodeado por venados blancos sintéticos con una desolación molesta entre nuestra euforia y cerveza. Debió quedarse ahí por siempre, en silencio con sus amigos los venaditos y los personajes de ultratumba. Tal vez si el loco se hubiera unido a nuestra marcha por la aniquilación de las babosas y los caracoles todavía estaría con nosotros. Pero él tenía que enredarse y complicarse más y más. Hablar de orugas mientras nosotros hablábamos de caparazones y sal. El fingía que nos oía mientras se llenaba sus manos de azúcar y aguantaba la respiración hasta desmayarse. Si, el loco era aterrador. Y un poco iluso…. eso de creer que podía jugar con nuestros corazones mientras no paraba de llover y olía a camposanto. Creer que nos podía manipular mientras sonreía y negaba el futuro. El mismo del que todos vivimos y anhelamos. Y es que el loco era cruel. Despellejaba ojos con su mirada y se los comía como pequeñas uchuvas y nos perturbaba su silencio mientras resolvía el mismo crucigrama una y otra vez, parecía ser inacabable. Había que quemarlo. Ninguno en el pueblo era algo cercano a un dios y no podíamos curarlo. Y aquí en el pueblo creemos en la compasión de liberar a los enfermos de sus infiernos, pero nada más. No podíamos dejarlo rondando a diestra y siniestra con tanta telaraña en su cabeza y sus manos…….. sobretodo en sus manos. Fui yo quien lo convenció esa mañana que era necesario atarle los pies y las manos y mientras tanto él me contaría sobre la vida de Bela. Alcancé a enterarme que en la primera guerra mundial Bela había sido teniente de infantería y que se había negado a interpretar a Frankenstein. Después todos se abalanzaron sobre él y se lo llevaron. Creo que si se lo hubiéramos pedido, nos habríamos ahorrado esa parte del show. Ya había unos niños horrorizados para ese momento.

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