Al mismo tiempo que Camilo dibujaba su ñeque,
Sofía acariciaba a su perro mientras tomaban el sol sobre la alfombra de la
sala. En los últimos seis mes, Yago
había envejecido como nunca antes en sus 13 años de vida. No eran solo sus canas que trepaban por el
hocico, las patas, las orejas y la cola… tampoco el lento caminar que lo
acompañaba. Era algo más allá, algo en
su cabeza, que lo llevaba a ladrar en las noches a puntos perdidos y a moverse
en círculos por ciertos lapsos de tiempo… era algo en su mirada que a Sofía se
le escapaba.
Después de una sesión de
caricias, venía la lectura del día. Esa
mañana Sofía decidió continuar leyéndole “El maestro y Margarita”, Yago a su
vez comenzó a revolcarse patas arriba.
Ese era el “statu quo” de la vida
de Sofía y a ella parecía hacerla feliz.