27.2.09

Mi freak favorito.


Lo bonito de andar con un freak es que un día cualquiera te despiertas rodeada de coyotes. Uno que se llama Víctor y el otro, Esteban y claro está, la pequeña Luci. Durmiendo junto a mí, parecemos un clan desnutrido y desparchado. Pero nos gusta nuestra rutina: despertarnos, estirar muy bien la pata derecha (la trasera en el caso de ellos) y tomar el sol siempre que los cerros y una que otra nube nos lo permiten. A veces, mientras tomamos jugo de naranja, me pregunto si extraño mi pasado, al pueblo, al guamo de la casa, a mi madre. Si bien, jamás regresaré a aquel lugar, me doy el lujo de sentir nostalgia. Y los coyotes saben acompañarla tan bien. Ahora, no solo soy nostálgica, sino exiliada, una chica paria, medio hija de puta. Me enamoré del freak del pueblo, y si, admito que mi madre tenía razón cuando decía que era raro. No era sino que me lo encontrara y empezaba a olfatearme y decirme cosas que más que piropos parecían ladridos. Y qué, si no le entiendo la mitad de lo que me dice…. En todo caso, ya me han dicho tantas cosas que luego se van con la misma facilidad con la que fueron dichas, que las palabras ahora me tienen sin cuidado. Y qué, si somos primos y nos van a salir hijos con colita de cerdo, como dijo el señor cura. Y qué, si por andar “haciendo quien sabe que cosas” (palabras de mi señora madre) dejé que el gato se comiera a sus tres canarios y jamás llegué a la inscripción al reinado del pueblo y con eso murió la última esperanza de ella de tener hija reina. Y qué, si decidí quemar todo y verlo arder, a pesar de tener tan poco. Y dios (que se posesionó del señor cura) me dijo que iba caminando directo al infierno, que ya no podía salvar mi alma. Y yo creo igual, no tiene sentido alguno salvarla, como no tiene sentido explicar absolutamente nada sobre los amores ridículos. Siempre he creído en ellos, aunque luego nos abandonemos porque nos convertimos en insoportables monstruitos que juegan con el corazón ajeno.

*Ilustración de Maciek Blazniak