7.7.08

Pensamientos de un viejo.

No conocí de la existencia de Fernando Gonzalez sino hasta hace poco gracias a una obra del teatro Matacandelas en el festival iberoamericano de teatro. Me impactó mucho y me interesé por este personaje de Medellín y si bien todavia se poco (lo poco y mucho que me mostró la obra) comencé a leer la semana pasada uno de sus libros. Así que luego cometaré algo mas, pero por lo pronto, los dejo con algunos fragmentos de esto que voy leyendo.

Así habló el loco...

Los hombres vulgares, y vulgares son casi todos los hombres, no saben guardar las distancias.

Cuando un hombre de genio es bueno para con ellos, llegan a mirarlo como a un igual.

Para que admiren y crean, es menester imponérseles por medios desusados, como el aislamiento y el misterio.

El respeto de los hombres tiene mucho de supersticioso: no creen sino en lo que no ven.

Las tribus salvajes muestran gran perspicacia al no sacar a sus reyes sino en las grandes solemnidades, pues lo que es comprendido es despreciado.

He oído decir a algunos al hablar de libros que no comprenden, que esos libros son los más profundos.

La humanidad acepta por amo a todo aquel que se impone por el misterio, pero paga con el desprecio al que se deja comprender.

Dios, desde que vio la estupidez de los hombres, no quiso volver a mostrarse a los ojos humanos, como en otro tiempo lo hacía.

Esta amarga estupidez es lo que no deja tributar honores a los genios, sino después de su muerte.

¿No se podría explicar así la vida de los filósofos y sacerdotes?

Su celibato, su desprecio por lo humano, ¿no descansará en este raciocinio: “Es necesario que vean en nosotros algo regalado por las potencias divinas, algo incomprensible”?

Ya Federico Nietzsche indicó el gran influjo de la locura en las costumbres como único medio para modificarlas.

Todas las prácticas que hoy respetamos tuvieron un origen lleno de nebulosidades.

Fue necesario presentarlas como venidas de lo alto, reveladas a un hombre de vida aislada, que despreciara al mundo y la carne. Estas costumbres hoy las tenemos como buenas en sí, y hemos perdido de vista la trama intrincada de su origen, debido a una larga práctica de ellas.


Así habló el loco...

Toda interpretación de la vida es verdadera, porque indica la forma y modo que la vida toma en el ser que interpreta: es como el viento, que al penetrar en una caverna, produce distinto sonido que al insinuarse en un bosque.

La vida en sí no tienen ninguna significación; según sea el ser, así es la vida.

Cada filósofo da su forma y modo a la vida; sólo que dice, engañado por su orgullo, que así es siempre.

Si dejo caer mi mano sobre una hormiga, para ella el golpe será mortal, mientras que un elefante ni siquiera se dará cuenta de que lo he tocado; luego el golpe en sí es indiferente y sólo tiene significación relativamente al ser sensible, siendo además distinta según sea el ser.

Tampoco son las cosas conforme nosotros las vemos.

Para una hormiga será una montaña lo que para nosotros un pequeño guijarro.

Se juzga al no-yo conforme al yo, o, mejor dicho, éste es creador de aquél.

La misma lógica que rige nuestros razonamientos es una creación de nuestro yo.

El espacio y el tiempo tampoco son conceptos en sí, pues uno sólo tiene conciencia de la duración de sí mismo (la cual cambia según sea el estado de alma), y según eso juzga lo demás.




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