Llueve. Llueve todo lo que puede llover. Llueve de abajo hacia arriba y a los lados y no hay sombrilla que resista. El centro se nubla tanto a veces que casi no puedo ver a Monserrate y eso que se le siente tan cerca. Me mojo una y otra vez. Con felicidad pocas veces y con resignación otras tantas. Me sumerjo en charcos lentamente con miedo de encontrar una alcantarilla destapada y hacer parte de la leyenda urbana de caer por ahí y no volver a aparecer (un acto de desaparición triste y solitario). Siento mucho frío y recuerdo que mi espíritu es calentano…. Y aumentan las chaquetas (todavía no abrigan lo suficiente) y aumentan las capas de ropa como si fuera una cebolla ambulante. Pienso en lo duro que es ser habitante de la calle en una ciudad fría, los pequeños pueblos costeros deben ser tanto más generosos, pero supongo que capital es capital y hay tantos que prefieren estar aquí, que debe tener un misterio que yo no logro comprender. Y tanto gris, me abruma un poco y mi ánimo se entremezcla con el cielo que debía tener algo de luz porque apenas son las 5, pero parece que fueran las 8 de la noche. Afortunadamente en estos tres últimos días se asoma un poco el sol y parece todo en una extraña calma, como el pequeño ojo de un huracán.

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